2.5.09


El primero de abril es el día de la mentira. Ese día me mudé. Con lluvia. Para lavar el alma, arruinar los muebles y borrar toda huella sucia que haya querido venirse a cuestas desde mi antigua morada. El flete tuvo que hacer dos viajes para trasladar todos los bártulos que acumulé durante casi dos años. Ni siquiera dormí en mi casa nueva esa primera noche, el olor del sinteco del piso de madera no lo permitía. El dos de abril viajé a argentina, conocí a mi sobrino Marcos y retiré toda mi historia material de las ocho casas donde la tenía repartida. Vendrían en barco hasta Río junto con muebles de amigos. Pero no vinieron, la aduana argentina no permitió esa extraña facilidad con la que se iban sucitando las cosas. Vine yo, con corte de pelo nuevo y el miedo de enfrentar una propiedad propia sobre la que no sabía absolutamente nada. De a poco las cajas desaparecieron y los bártulos fueron encontrando su lugar, una planta acá, la lámpara esa linda donde se pueda enchufar, las cremas dentro del botiquin, las ollas apiladas en el único estante de la cocina, la cama que contradice en todo las leyes del feng shui. Abril pasó con sorpresas asombrosas, con caricias, besos y paseos en bicicleta, con muchos feriados, con lluvia y playa llena, con el retorno a las artes culinarias, y a las comidas compartidas, con cine francés y pochoclo salado, con ansiedad, con soledad, con desorientación total. Con música nueva, con show de maracatú, con el intento de modificar la visión, el punto de vista. Ya que las cosas no cambian, vale la pena cambiar el ángulo desde el que se las mira. Chau chau abril, mes feliz, mes de amor y desamor, de cumpleaños, de garganta tomada y manos dadas.

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