26.5.10

4 de 108 sucesos en Rio de Janeiro >> Los Perros IV

(Si no leyeron los 3 cuentos anteriores, de los 108 sucesos en Rio de Janeiro, es un buen momento para hacerlo.)

Anoche soñé que hacía unas bolitas de carne bien redonditas, todas iguales, del tamaño de una pelota de ping pong. Luego introducía el dedo índice y formaba una cavidad hasta el centro, donde vaciaba una cantidad arbitraria de bolitas negras, chumbinhos frescos para mis perritos.

Desde la puerta de la casa, donde están confinados, a través de la reja, lanzaba pelotitas a los perros hambrientos, que se las devoraban agradecidos, voraces. Mi temor era que no bajaran todos los perros de la casa a comer. Los alrededor de veinte que la ocupan. Ellos solos con toda la casa. Porque después de observar bien, con Rodrigo, llegamos a la conclusión de que la vieja no vive ahí, sólo pasa a dejarles comida a eso de las 8 de la mañana y, a veces, alrededor de las nueve de la noche, los momentos en que los perros más ladran. Hay días, sobre todo los fines de semana, en que la vieja no pasa, y los bichos hambrientos se desgarran la garganta por la hambruna y me destrozan proporcionalmente los tímpanos y la paciencia.

Les lanzaba su comidita sin culpa, casi sintiendo que les estaba haciendo un favor, acabando con su calvario y el de todo el vecindario del silencioso barrio de Santa Teresa cuando no ladran o aúllan los perros de la casa de abajo.

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